“están equivocados,
viven su propio engaño, todos aquellos que se empeñan en que caiga mi telón.
Soy una vieja cicatriz. Los golpes de la vida, el paso de los años, han hecho
lentas mis pisadas pero no mi decisión; es tan profunda su raíz…” (WarCry, Ardo
por dentro)
Siempre quise ser ermitaño. En
gran medida por los misántropos genes maternos que me tocaron, pero
principalmente porque los años me enseñaron que puedo llegar a ser una persona
tan difícil y desagradable que es mejor desocuparle el mundo a los “normales” y
vivir mi vida apartado de ellos para evitarles molestias. Es la primera vez en
la vida que estoy tan cerca de ser el eremita soñado, aunque, como dice mamá,
un ermitaño sui generis porque no puedo vivir sin gadgets tecnológicos y
soporto todavía a una que otra persona.
El aislamiento voluntario del
último mes ha obrado en gran manera, estoy cumpliendo con el objetivo no solo
de volver a las letras tras casi 3 años de ausencia, sino también en la
evaluación que estoy haciendo sobre muchas actitudes, rezagos de los malos
tiempos, que me estaban haciendo insoportable aún para mi mismo. ¿por donde
comenzar? Hay mucho que contar.
Empezaré reconociendo que 2012
fue sin duda uno de los peores años de mi vida, pues es en este año que el peso
de mis múltiples defectos derrumbó por fin la ya resquebrajada fachada de mi
vida interior, me tiró al suelo y me hizo contemplar desde el fondo el gran
daño que habían causado a los cimientos. Era justo y necesario, hay que
reconocer con dolor. Cometí errores imperdonables con los que causé gran daño.
He visto en estos meses como
piedras de gigantesco tamaño se han roto en mil pedazos. He sido testigo del
derrumbe de seres a quienes consideraba duros (entre ellos yo, por supuesto) e
inamovibles. Se rompieron en pedazos sus máscaras, quedó en evidencia el centro
blando y presencie su arrepentimiento, su gran dolor por el daño causado, su
sed de paz interior. Aquella frase antigua que dice “mientras más grandes son,
más ruido hacen cuando caen” es total y absolutamente verídico. Los vi llorar,
vi su desesperación y pocos se han levantado.
Y así como he visto a la gente
caer, con sus prejuicios, arrogancia y mentiras, otros a quienes yo consideraba
de la misma camada de los duros, se quitaron voluntariamente el disfraz de
estatua y decidieron mostrarle al mundo lo que realmente son: virtuosos
soñadores a los que les faltaba un pequeño detonante para dejar florecer una
vida que hasta su destape era hueca y sin sentido. Afloraron poetas, músicos,
aventureros, enamorados de la vida, parejas que uno nunca hubiera imaginado
posibles que hoy son enormemente felices. Cuanto me alegro por ellos por haber
dado el paso evitándose el dolor de la ruptura por la fuerza.
Vengo de pasar años de amargura,
solo, entregado al alcohol, la promiscuidad, el odio hacia el género humano, el
silencio autoimpuesto, el rencor y la maldita soberbia que no me dejaba
progresar y que se tuvo que romper, tirarme al mismísimo infierno para
comprender que me equivocaba. Ahora estoy en proceso de reestructurar esta vida
sin sentido que solía llevar, tal vez no a un gran paso porque sigo pensando no
una ni dos, sino diez veces antes de pensar y actuar para no incurrir en los
errores del pasado. Hoy, desde este balcón único en el que mi espíritu ha
encontrado un poco de paz, veo con satisfacción que sí es posible vivir feliz.
Esto apenas comienza.
“…ardo por dentro,
con la fuerza de las llamas del infierno, aun tengo tanto que decir. Sigo
rugiendo, contra un mundo que me ignora, contra el tiempo que me condena a
morir. Aun puedo continuar, aunque solo sea un paso más”