Ya no están
presentes, vive su memoria. De vez en cuando me doy un paseo por su casa y
capturo algunas imágenes de singular belleza. Su hogar es el mío, porque hogar
es donde uno se siente a gusto. Son mis amigos, porque ellos como yo guardan
profundos y reflexivos silencios. ¿Quién ha sido juzgado, criticado, humillado
o traicionado por un muerto?
Su morada gris es
como un panal, gélidas celdas que guardan secretos, promesas no cumplidas, silencios
eternos. Esos solitarios pasillos están llenos de historias inconclusas, porque
nadie, con excepción de los suicidas, espera con ansias el momento final.
Contrario al
aterrador ambiente de dolor constante y súplica desesperada de las iglesias, la
paz de los cementerios es sobria; algunos salmos responsoriales quiebran por
instantes la armonía y luego vuelve a reinar el silencio.
La dulce mirada de sus guardianes agobia a los vivos
que no entienden del gozo en que se encuentran los que aquí habitan. Bellas
obras que invitan al visitante a no alterar la atmosfera pacifica del
cementerio, a recordar nombres y fechas, algunas olvidadas.
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