“… que lejos está la luz del
norte, que lejos está mi ciudad. Que lejos han quedado ya mis sueños, que duro
es mirar atrás. Llorar sin una lagrima derramar…” (Warcry, Luz del Norte)
Llegué. Estuve esperando varios meses por este
idílico lugar, con la esperanza de desconectarme de aquel malsano ambiente, el
infernal entorno en que se convirtió mi pueblo, o mejor dicho, el pueblo de los
sinvergüenzas hijos de puta sin cultura ni respeto por los demás en que se
convirtió mi patria chica. Montenegro (y esto es triste) ya no huele a café:
huele a la más nauseabunda de las mierdas.
Cada esquina tenía algún recuerdo siniestro, cada lugar
antes amado evocaba algún momento de dolor, de rabia, de frustración, de
desesperación. Veía en los ojos de cada transeúnte a un rival por oxigeno, por
espacio. Es triste que lo peor de Montenegro sea su gente, otrora cívica y
respetuosa. Tras el terremoto esto se volvió un chiquero infecto donde nadie
respeta a nadie.
Peco por conservador, pero no mienten los viejos cuando
dicen “mi pueblo ya no es el mío”; de pequeños todos sabíamos quién era quién, y tras la tragedia de 1999 esto se llenó de desconocidos, gamines, limosneros, indígenas
Embera que también vienen a pedir limosna y de los mal llamados “desplazados” (a ver,
no hablemos mierda: el 80% no lo son realmente, sino vagos hijos de puta que
buscan que los mantenga el sistema asistencialista).
Como ingrediente adicional de este sudao inmundo también
proliferaron los pseudorastas y neo-mamertos drogadictos, punkeros y patinetos
con sus conflictos de personalidad, drogas, vandalismo y resentimiento social,
alcohólicos ruidosos en carros con parlantes estridentes y prepagos en
cantidades alarmantes. Sí le sumamos la labor ineficiente de las fuerzas del
orden, que solo sirven para enamorar mantecas, estamos en el paraíso de los
anarquistas. Ninguna administración ha podido, por más que implementen
programas, hacer algo de impacto positivo por la cultura ciudadana.
A causa del infernal ruido que llegaba a mi
antiguo apartamento y que estaba acabando con mi sueño, ya de por si afectado
años atrás, me vi en la necesidad de volver a casa de mis viejos buscando
tranquilidad; no la encontré pues la otrora cuadra silenciosa y sana se
convirtió en guarida de microtraficantes, drogadictos y homosexuales, menores
de edad la mayoría; para completar el caldo insalubre nos instalaron una
iglesia evangélica donde sus cánticos son tan agradables como el sonido de un
taladro. No solo no encontré paz en Hotel Mamá sino que mis índices de
tolerancia disminuyeron, que ya es mucho decir cuando sin tapujos me declaro el
ser más intolerante de muchos kilómetros a la redonda.
Y es así como una tarde, sin esperarlo, volvió
providencialmente el amigo que habita desde hace meses en este pequeño paraíso
a decirme que, por fin, la cabaña que esperaba ya estaba disponible. No había
nada que pensar, empaqué y aquí estoy, procurando volcar este veneno maldito en
palabras. Desde este hermoso y silencioso balcón espero que las musas que
abandonaron en 2005 mi
cabeza, regresen para no irse jamás.
Voy a emborracharme de paisaje, aquí veremos los
resultados.
viejo, que no le den un arma si no termina metiendo bala en un kinder, ojo, cuidado
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