jueves, 27 de diciembre de 2012

Por qué diciembre me sabe a mierda





Diciembre 31 de 1987, de la nada surgió la idea: ¿sí los vecinos tienen murraco, porqué nosotros no? Fue entonces como en cosa de media hora, del closet de la tía donde celebrábamos noche vieja empezaron a aparecer piezas de ropa con las que le dimos forma al primer muñeco de año viejo que se quemó en nuestra casa, tan precario en su diseño y tan machetero que la cabeza estaba hecha por una bolsa rellena de un trapeador y una caja de Marlboro vacía; por toda pólvora tenía 2 cajas de chispitas Mariposa, absolutamente inofensivo pero encantador para un grupo de mocosos entre los 4 y los 10 años. Lindos tiempos de inocencia, tiempos sanos en que los cagones quemábamos sirenas en los dedos y aventábamos papeletas a todo lado y nunca nos quemamos un pelo.

Para 1988 la cosa fue a otro precio, porque con días de anticipación, el aporte en chiros viejos de muchos parientes, la mano diestra de las tías para coser cada recoveco de la anatomía del muñeco, amén de la consabida vacuna a nuestros padres para la astronómica suma de 8 gruesas de papeletas (la gruesa tiene 12 docenas, 1152 unidades en total), fue edificada la mole, el papá de los muñecos, una tronamenta devastadora que causó sensación en varias cuadras a la redonda. Así quedó firmada con fuego la tradición que cada diciembre unía a la familia.

Y es que la magia de su confección es única: definir el personaje, darle forma al cuerpo, seleccionar el relleno idóneo de acuerdo a la cantidad de pólvora a utilizar, el tono de piel, las facciones, el nombre del monigote de turno. Con los años fuimos los cagones los que empezamos a fabricar nuestros propios muñecos, especialmente mi primo el Mono y yo, siempre los más entusiastas y los más creativos a la hora del diseño: Eddie de Iron Maiden, Jason de Viernes XIII, algún pariente, una negra parecida a la de Tom y Jerry, un travesti con una pioja que le medía no menos de 40 centímetros, un fakir entre otros que hicimos entre 1897 y 1999, última vez que la familia estuvo unida en pleno.

Nos recibió el nuevo siglo con vientos de distancia. Por motivos económicos me vi forzado a dejar el país, y aunque el Mono quedó aquí, el entusiasmo no fue el mismo por lo que me cuentan los que sobrevivieron a la historia. En marzo de 2002 en un accidente en que un conductor ebrio se comió un pare y lo arrolló, después de 4 días de agonía se nos fue el que más que mi primo era como mi hermano menor. Es mismo año regresé al país en octubre, pero aunque quise seguir la tradición ya no había motivación. Otros parientes que compartían el entusiasmo en torno al malnacido murraco nos han ido dejando, entre ellos una buena tía que el año pasado, los primeros días de diciembre, murió por negligencia de una EPS. Mi último intento de muñeco, en 2010, fue un maldito fracaso porque justo a las 12 se largó un aguacero torrencial que lo empapó y no se quemó ni la mitad.

Han pasado 10 años desde la muerte del Mono y lo extraño como sí se nos hubiese ido ayer no más. Y se preguntarán ustedes, ¿será que el tío 3Pelos está pensando en hacer su murraco este año? No, definitivamente los dejaré como un bonito recuerdo de los años felices. Diciembre se convirtió en una pesadilla porque la amargura que me carcome hace ya tanto tiempo se acrecienta. Recordar a tanta gente que he perdido es la constante por estos días en que el peor insulto que me pueden hacer es decirme “vean pues a este pendejo, aburrido en días que están hechos para ser feliz”. Sean felices ustedes, déjenme aquí tranquilo que, ojala pronto, esta vaina se me pase sin necesidad de Amitriptilina y estaré confeccionando el muñeco del Mono para que desde el cielo se cague de risa.

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